lunes, 25 de julio de 2011

¿ES TINTA O SANGRE... EN LA MAÑANA?

Estoy lleno de violencia, es cierto. En mucho realmente no resulta una violencia potencialmente física y brutal, pero se representa en toda esa intranquilidad que llevo dentro, resultando a fin de cuentas nada más que aquella barrera que decidí levantar frente a ese mundo que tanto quiero lejos. Y en más de una manera creo que aquella posición que planteo frente al mundo finalmente es determinantemente causa directa para mi irremediable falta de interés por los asuntos del mundo, mi desapego a la sociedad y el aborrecimiento a la raza humana. Por su manera de actuar, de vivir, de comprender el mundo, la facilidad con la que llevan la levedad de su existencia.

Sé que quizás mi forma de ser con el resto no sea exactamente la mejor solución, supongo que el mundo no necesita otro ermitaño enfurecido con la existencia, y me he cansado para ser sincero, me he cansado mucho de tanto odio, tanto enojo e ira. Pero me es increíblemente difícil ser de otra manera, me es casi imposible al punto de la incapacidad sentir algo más allá del rechazo por los asuntos cotidianos de esta vida; como ese comentario políticamente hipócrita que no aparece cuando es necesario, esa condescendencia con la que jamás nos hemos familiarizado realmente, el chisme, la gracia, la tertulia con desconocidos, congeniar... Con el resto de los seres humanos con los que tuve la terrible suerte de compartir en común su pestilente raza.

Quisiera poder aceptar mis valores como superiores a los defectos que encuentro en el mundo del que tanto hablo, y sin embargo mi fuerte criticismo contra la raza humana no se refleja sino en uno aún más fuerte y persistente que el mismo pero dirigido hacia mi persona.
He llegado a ser no más ni menos de lo que los golpes de la vida han ido haciendo de mi a su parecer, como les vino en gana y ya está. Roto y sin retorno, un simple hombre defectuoso más para el mundo.
Mi egoísmo es grande, aunque me cueste aceptarlo en mi escasa modestia quizás tengo suficiente para hacerlo. Mi egoísmo es grande y aqueja más cuando nubla mis ideas, me vuelve torpe y solapado conmigo mismo.
Pero por más cochino e inservible que sea, mi egoísmo termina donde comienza mi pasión, si. Mi pasión es amar, mi debilidad también. Pero que agradable debilidad. No puedo, y por más que mi incomprensible egoísmo me lo pida no le rendiré cuentas hasta el final.

La vida juega muchas cartas en el juego y, al tener tantas, nos deja cortas las posibilidades de jugar nosotros una parte realmente importante. Dependemos quizá demasiado del humor que lleve el destino cada mañana frente a cada uno de nosotros. Y al final, tras incluso el más oscuro de los escenarios vale más ser siempre y haber sido un fiel reflejo de nuestro corazón. Ponerse en pie frente a la tormenta que se avecina, hacer tripas el corazón y pararse firme contra la tempestad con la cabeza en alto y de corazón sincero hasta el final. De corazón sincero sea cual fuere el final.

¿Cómo se enfrenta uno a su tormenta? Esa es realmente la marca de un corazón sincero. Habrán los que huyan despavoridos y también los que tomen la salida fácil y arremetan dentro con descontrol y salvajismo. Pero no, el verdadero hombre respira, cierra los ojos y decide mantenerse en pie, sin arremeter, sin gritar, sin desesperar y aguantar en pie parándose duro en el piso y sosteniendose de cosas de verdad, de valores de verdad.

Es quizá ya demasiado largo, pero quizá tengo mucho que decir.

El amor es el reflejo de la bondad del mundo que se encuentra en la mirada de una persona, pero para esto ser posible aquella mirada tiene que ser lo suficientemente transparente como para ver más allá del horror, de la maldad humana. Y el dolor, el sentimiento más podrido y aberrante de la existencia. La traición de quién aceptamos a nuestra morada, la decepción de los que teníamos cerca, la destrucción, la mentira, el adiós y tantos otros despojos de la realidad. Esa es nuestra verdadera oscuridad, esa es la violencia que llevamos dentro, pegada a la piel, anclada en el alma.

¿Qué te corre por las venas esta noche? A más de tu inútil humanidad.

Me aferro a los segundos, me desapego del mundo para acercarme más a la vida y hacer que valga la pena aunque fuesen sólo momentos a su lado. Quizás soy muy nostálgico como para que fluyese en mi un sentimiento de desapego, pero no. Vale más guardar de la vida esa felicidad transparente que ese maldito corazón de piedra que no siente ni quiere sentir.

¿Qué te corre por las venas esta noche? ¿Y qué te queda a la mañana siguiente entre el cansancio de vivir y la nicotina que intoxica segundo a segundo tu sangre?


CAÍN