sábado, 10 de septiembre de 2011

Eva tienta al destino de Caín

Juan tiene 20 años y no sabe amar, se la pasa todo el día preguntándose porqué sus labios no saben besar. Mientras al otro lado de la ciudad, Anita juega solita al tiempo que todos la señalan y la llaman loquita pues tiene 18 años y aún disfruta de columpiarse. José vive en el centro de la ciudad y ama la libertad, sale a la calle a caminar entre los rostros con la voluntad dispuesta a manera de bandera de cambiar. Eva vive sola en las afueras de la ciudad, tiene 19 años, no le gusta la gente y se encierra en su cuarto a leer libros día y noche, noche y día. Y a paso fuerte entre tanta gente con las botas bien puestas y 19 años de vida está Gabriel, odia al mundo.
Juan se despierta todos los días y se pregunta qué es el amor. Anita madruga emocionada para susurrar con dulzura en su ventana un "Buenos días" al sol. A José no le da la gana de saludar al mundo. Eva se despierta tarde llegado el medio día, se inclina a su velador y saluda tierna y tersa a una rosa. Gabriel se levanta temprano en la mañana, cierra su cortina para al salir de su casa mirar al cielo y gritarle al mismo sol de Ana un "¡Te odio!" desde las entrañas.


A Juan no le gustan las chicas como Anita, porque buscan en los labios de un hombre besos más profundos de los que él en su frivolidad puede ofrecer. Prefiere en cambio perseguir todo el día a esas chicas de hoy en día, esas a las que Gabriel nunca se cansa de mandar a callar.
José siempre hablando de revolución se siente limitado por las capacidades de comprensión de la gente de hoy. Se lo ha oído exaltado más de una vez ya colmado la paciencia de explicar porque todo tendría que cambiar.
Anita como siempre reparte flores en una esquina a los que le sonríen y les sonríe a los que vienen sin flor. Piensa que las personas son malas porque su mundo carece de color. 
Gabriel asiste a sus clases porque quiere aprender, quiere saber siempre más y dominar los secretos de su mundo. Se aburre cuando su clase no le aporta conocimiento así que abre el cuaderno y garabatea con su esfero escribiendo con el corazón en la mano, él dice que son poemas.
Eva se sienta en su cama sin mucha gana de nada más que estar a solas con sus páginas, con todos esos grandes pensadores que le conversan a través de su tinta a cada momento. Eva no muestra ningún interés por las relaciones, pero sabe que si quisiera tener a un hombre sería uno como Gabriel que agache la cabeza escriba poemas y firme con un distorsionado y rápido "Caín".


Camina a la tienda, debe comprar nuevos zapatos. A Juan siempre le gusta estar bien vestido y a la moda, no vaya a ser que pierda la oportunidad de pasar un bueno momento con una chica bonita en un lugar agradable por su apariencia. Dice siempre que no le gusta usar la ropa más de 2 veces, la primera para acostumbrarse a ella y la segunda para despedirse. Lo cual resulta muy cercano a lo que piensa de las mujeres, tal vez por eso no sabe amar. Solo sabe de costumbre y despedidas.


Juan camina a la tienda al tiempo que encuentra en un parque un tumulto de personas aglomeradas en un círculo que alberga en su interior una colorida chica de aspecto despreocupado, su cabello despeinado y su rostro sin arreglo. Ella se sienta en medio de la gente y rodea su presencia con cúmulos amontonados de flores y flores de colores, les pregunta su nombre, les regala una flor, les da un beso, les susurra un color. Él la observa atónito y desesperado por ponerse frente a esos ojos, ¿Tenía algo que hacer?, ya no lo recuerda y si lo recuerda poco importa. Espera desde lejos mientras ella canta y regala flores. -Regala flores- piensa. Esperó hasta que todos se hayan ido y ella estuviera sola, cantando a las amapolas. 
-Hola, soy Juan -y no sé amar- pensó. -¿Cuál es tu nombre?.
-Girasol.
-¿Girasol? ¿Porqué?.
-Porque todas las mañanas al despertar me gusta saludar al sol. Tú te llamas Juan porque así te lo enseñaron o porque no pudiste pensar algo mejor. Cualquiera que fuere la respuesta no es algo que atraiga mucho interés.
-Me llamo Juan porque siempre ha sido así.


Hablaban, a ella le aburría él y a él cada vez le interesaba más ella. Pero ¿Qué podía ver ella en él? Un tipo de apariencias, superficial hasta la médula, fanfarrón y engreído. El típico galán de fiesta de quince años que pretende llevarse a la chica más bonita de la fiesta. A ella le agradaban todos, altos, chicos, gordos, flacos, le gustaba la gente en general y disfrutaba de sonreirles a todos constantemente. Y aún con Juan se sentía a gusto de poder compartir un momento con el mundo de alguien más, aun cuando simplemente no le interesaba para nada lo que él pudiese decirle. Juan no sabe amar. Y Anita no es la clase de chica que le gusta. 


José salió a la plaza más grande de la ciudad se puso una bandera blanca en la espalda y se trepó a la pileta del centro y se puso a gritar palabras que tenía escritas en retazos de papel arrugados, sucios y dañados. La gente lo miraba al pasar y apresuraba el paso cuando transitaban frente a la pileta. Él solo les gritaba con más fuerza, como si mientras más fuerte dijera las cosas más profundo llegarían en las personas.


Gabriel camina por la calle con sus botas sonando de la fuerza con la que planta sus pasos en el suelo, la vista gacha pues no quiere verle la cara a nadie, no le interesa. Tan presuroso y a la vez tan despreocupado, sólo el y el humo que infesta y enferma sus pulmones, no le agrada, pero tampoco podría vivir sin la nicotina que inyecta en sus venas ese apestoso "cáncer con filtro" como lo llamaría Burguess. Al mismo tiempo por azares del destino desde el otro extremo de la calle se aproxima ella, una come-libros típica con la nariz enterrada en las páginas incluso al caminar por las calles. Eva caminaba en busca de un lugar para comer, no tenía la más mínima intención de cocinar y le parecía ya había estado demasiado tiempo en su casa encerrada. 
Él yendo hacia ella y ella viniendo hacia él (O él venía y ella iba). Tropezaron. "Disculpa" le dijo él, como un reflejo, ni si quiera la miró al decirlo, lo hizo después. "Perdón" le dijo ella al unisono mientras él también se disculpaba. Sus miradas chocaron y así ambos se ensimismaron en el mismo temblor.


Decidió acompañarla, no todos los días se encuentra alguien como ella por las calles. Hablaron mientras caminaban, del cigarrillo, el café, la guerra y cosas más profundas también que la vida. Se sentaron, ella le fascinaba y él a ella también. Ordenaron su comida, ella algo ligero, él algo abundante y lleno de carne roja. Y hablaron. Hablaron de muchas otras cosas más de las que ya habían platicado mientras caminaban al restaurante. Él hablaba de la soledad y ella le respondía con Herman Hesse. Él hablaba del hastío y ella contestaba Goethe. Él la fragilidad humana, ella Saramago.


-¿Por qué odias tanto al ser humano?.- Sus ojos se llenaban de intriga. Lo quería conocer.
-¿Y por qué no?- No quería asustarla.
-Déjate querer.- No sabía de dónde salió esa palabra, quería decir "conocer" pero su lengua la traicionó. ¿Acababa de decirle querer? Su rostro se tornó rojo como el acero ante el fuego. Ella ante su mirada.
Él respiró hondo, las palabras le llegaron hasta su última fibra nerviosa. "Dejate querer".
-Por su debilidad, su afición por el facilismo, la levedad con que llevan sus vidas y acciones. Su frivolidad. Su capacidad para generar dolor en quien ya duele por dentro.
-¿Por qué te odias a ti mismo entonces?
-Porque todos somos carne al fuego y como carne hasta el hueso nos quemamos igual.
-¿Qué tienes tú entre el hueso y la carne?- Gabriel era el tipo de hombre que Eva quisiera tener.






Caín