viernes, 21 de octubre de 2011

Cuánta entereza.

Hay que cuidar la prosa, dicen los poetas. Hay que cuidar la métrica, dicen, en cambio, los que saben de poesía. Y aquí tan lejos de lo uno como de lo otro por igual tengo al esféro bailando sobre hojas sin parar. Quién sabe si son los cojones y no la métrica lo que hace al poeta, esas ganas de decir lo que se estremese al sentir y no mentir por suavizar esta manera de hablar, decir que la entrepierna no calienta al corazón.


Hay que ser poeta para entender de corazón, no. Basta con tenerlo para saberlo y ser poeta no es sino la condición de no poder contenerlo. La fragilidad del alma a sentir como punzadas a la espina los correntazos alternados entre el hipotálamo y el alma, matando del un lado y generando latir del otro, eso sí, también, siempre, claro está, viceversa.


El poeta no es más que el hombre que batalla entre toda esa mezcolansa hecha maraña de realidad y no. Con versos, con lírica, con palabras que son hipótesis (Que no hay nada más científico que la poesía, no, no lo hay). Y comprobar esas hipótesis en la carne de uno mismo, convertirse en conejillo de indias de nuestro propio experimento. No hay nada, no, nada más científico que hacer cobayo del corazón, que aplicarle terapia aversiva en la razón, que batallar en esa maraña con toda la realidad y no.


Hay que cuidar la prosa, dicen los poetas, porque explican que son sus ecuaciones que terminan con más incógnitas que productos, pero aún así con más sentido que la comprobación.
Pero eso sí, es determinante, susurran al mirarte que atravieses con la punta del bolígrafo, así con sangre a toda huella de tripa que hayas hecho del corazón para que baile, sí, baile y no se canse de mentir a la vida entre el amor y otras cenizas al compás que marca la agonía, la fragilidad del alma que salta y exclama las punzadas entre la muerte y la vida.


Hay que cuidar de la métrica, dicen los que saben de poesía. Porque sin la forma no hay la lógica y no hay juicio sin premisa ni hay verso sin esfuerzo, por más que contradigan, no. No hay verso que baile en ninguna hoja sin sangre, sin muerte y vida. Porque el poeta no es filólogo, pero escribe silogismo sin hacerlo, así, escondidos en el espacio que dibuja el espectro de la tinte entre el perforante del alma y la hoja en la que la desparrama, sí, no hay verso que no sea juicio, no hay palabra en manos de poeta que no sea premisa.


Y aquí, sin prosa ni métrica que merezca aclamación se esparce igual el alma mientras ve bailar después de perforar el alma al esféro. Así, entre la vida y la muerte, a pulsos que son punzadas en el cuerpo. Igual se esparce el alma, o el alma se esparce igual, eso sí, también, siempre, claro está, viceversa si es el corazón el que está en medio.








Caín