lunes, 19 de diciembre de 2011

Morirse y no entender

Se levanta el sol todos los días y para el coronel es lo mismo, claro, que todos los días. La bulla, el aire sucio y la prisa incesante de la gente.
Se levanta quizá con el sol también él, con el acostumbrado hastío, su mal humor. Las mismas pisadas que más que pisar son arrastrase por el suelo. La misma ducha, la misma taza, el mismo traje, la misma puta vida que ayer trajo consigo el mismo sol de todos los días también.
La soledad, sí, el coronel era una persona solitaria, de esas que se mueren por no comprender el mundo de hoy. La misma soledad y el inevitable vivir aletargado que implica estar tan solo y amargado.
Tiene nombre, sí, pero no lo recuerda, claro, por esas cuestiones de la vida, la guerra y la cotidianeidad por igual, su nombre es coronel, no Richard Cantwell, no, nada tan poético o importante como Hemingway, es solo un coronel; un coronel solo, también. Que lo ha perdido todo por esas cosas de la vida, la guerra y la cotidianeidad por igual, es el gusto desabrido que en momentos seca los labios, el coronel es de esos coroneles que tristemente no tiene quien le escriba. Y sí, quizá también eso sea culpa de la guerra y, de la cotidianeidad por igual.
La misma taza, el mismo café, la misma jubilación, la misma perra vida. El mismo andar por los mismo caminos, porque es difícil no ser repetitivo cuando se tiene tan poco que hacer como un coronel solo y jubilado, en un mundo así, que no se entiende y dan ganas de morirse por no entender.
El mismo camino y la misma tienda, los mismos tabacos. El mismo “Buen día” de todos días, los mismos saludos y por igual los agradecimientos, los mismos 90 ctvs. de siempre con el mismo “Buen día” de todos los días.
No hay peor cosa que la devastación de la vida con la guerra y el paso de la cotidianeidad por la jubilación de uno, así con el mismo “Buen día” de todos los días que nos trae el sol, eso sí, solo a los que no entendemos el mundo de hoy y, quizá hasta podría matarnos.
El coronel, claro está, no Il Colonello, es decir, nunca Richard Cantwell, o sea, nunca Hemingway, es un neurótico de esos que cuentan los pasos al lavadero y tienen crisis severas si un día son más o menos, por el letargo de la amargura y la prisa del mundo que no entendemos. Camina por la misma ruta y en busca de las mismas cosas, tal vez no de otra medalla, ya es suficiente guerra la cotidianeidad para una vida, y trae suficiente jubilación para ser neurótico en paz entre el letargo y la prisa, claro está.
Enciende uno de sus diez cigarrillos, los mismos diez de todos los días que obtuvo con los mismos 90 ctvs. y el mismo “Buen día” de todos los días. El mismo encendedor, el mismo humo, el mismo cáncer, el mismo hastío. Hace años que el coronel no disfruta su tabaco, es obvio, por el ruido y prisa del mundo, y sí, por no entenderlo.
La estridencia con que entra desesperante el humo en el ser del coronel, así, entre el alivio de la nicotina y la bulla del mundo, tal vez por el letargo y la prisa otra vez y, está claro ya, una vez más, valga la redundancia (porque a veces hasta al hablar somos cotidianos) por no entender y poder morirse por no entender.
El mismo camino de regreso también, claro, por la neurosis y de nuevo por el letargo y la amargura (por no entender). Y por el mismo camino el coronel compraba la misma comida en el mismo lugar con el mismo dinero, y eso sí, con el mismo empaque para llevar y la misma prisa del mundo, entre los hombres de terno, la prisa de todos los hombres y la bulla que generan sin darse cuenta, quizá como diría Bryce Echenique por esa modernidad del dinero, por la modernidad del dinero en el mundo de hoy.
El mismo tercer cigarrillo, porque para cuando el coronel compraba su comida ya estaba en el tercero de los diez de todos los días, de los 90 ctvs. de todos los días, y sí, de nuevo con las redundancias, porque de nada vale la cotidianeidad de la vida del coronel por culpa de la guerra si no será descrita con la redundancia competente. Así que sí, el tercero para la neurosis, felizmente en el mismo número de paso en el camino.
Camino a casa con el mismo tercer cigarrillo de todos los días, sí, ese mismo que llega con el sol de todos los días, por la jubilación y esas cuestiones de la vida, por la cotidianeidad que felizmente lo  haría encenderlo en el mismo número de paso de siempre, claro, para la neurosis. El mismo caminar de vuelta, así con los mismos pasos que no son pasos sino arrastrarse por los suelos, por el mundo, ese tan a prisa, tan sucio y bullicioso, ese mundo de hoy que no entienden los héroes de guerra jubilados, por la modernidad del dinero y dan, a veces, ganas de morirse por no comprender. De morir por no entender el mundo de hoy.
Caminaba entonces nuestro coronel tan neurótico y nada Hemingway de vuelta a casa, ya acabándose su tercer y cuarto cigarrillos de esos 90 ctvs. y el “Buen día” de todos los días; arrastrándose por el mundo embarrando su letargo con la prisa del mismo. Y claro, siempre sin entender.
Las mismas llaves para la misma casa que se iluminaba todas las mañanas con el mismo sol de todos los días en el mismo jardín tristemente marchito, y digo tristemente porque jamás le escribiría nada, claro que no, al coronel que ya de por sí, no tiene quien le escriba, así por esas cuestiones de la vida, por la guerra y la cotidianeidad por igual.
Las mismas gradas, veinte contaba siempre el coronel,  omitiendo el primero y el último escalón, sí, porque le gustan los números que terminan en cero, como el número de personas que le escriben, claro está (redundando siempre) por la neurosis, por la guerra y la cotidianeidad por igual, por no entender la prisa y el letargo. Siempre veinte más dos escondidos y unos cuantos pasos a la habitación. Los mismos pasos de todos los días con el quinto cigarrillo de los 90 ctvs. y el “Buen día” de todos los días.
El coronel comía en su habitación, la misma de siempre, en el mismo sofá de siempre con el mismo canal de siempre y los mismos sexto y séptimo cigarrillos de los diez de todos los días, felizmente encendidos en el mismo minuto, el coronel se fijaba hasta en los minutos, sí, una vez más por el letargo del hastío, de la guerra y jubilación, y la prisa del mundo, de la cotidianeidad y de la bulla y, siempre, eso sí, siempre de no entender y morirse. La neurosis.
El coronel no pensaba en nada mientras comía y no lavaba los platos después tampoco. A fin de cuentas, no tienen quien le escriba, por esas cuestiones de la vida, por la guerra y la cotidianeidad por igual.
Se levanta y va al teléfono, no se entiende por qué, si realmente no tiene a quién llamar; se sienta en la misma silla de siempre a marcar los números de todos los días de teléfonos que suenan y no se quieren contestar, nunca (para variar el siempre de todo el tiempo y, sin embargo, seguir con la totalidad).
Por esas cuestiones de la vida, por la guerra y la cotidianeidad, por la perra neurosis, la totalidad. El octavo y el noveno de los 90 ctvs. y el “Buen día” de todos los días frente al mismo teléfono de letargo y bulla, con el mismo tono titilante de llamada no contestada o rechazada.
El coronel no entiende el mundo de hoy y está cansado de vivirlo, por el insoportable letargo de la soledad. Con el décimo de los diez regresa ya colmado de la guerra y la insaciable cotidianeidad por igual, la neurosis y el mundo,  el letargo de no entender la prisa; regresa al sofá, sí, para dormir es obvio, como todos los días cuando el sol se va y se acaban los 90 ctvs. y el “Buen día” de todos los días. Con el letargo de haberse arrastrado mundo adentro y fuera, como todos los días y la prisa de nunca entender por qué el mundo embadurna tanto el alma de porquería.
El coronel duerme en el sofá todos los días, con el mismo programa en la TV y siempre en el mismo canal, no es ningún héroe de guerra sino un jubilado, solo y ermitaño, no tienen nada de Cantwell ni de Hemingway. Es obvio, por supuesto que su nombre tampoco es Richard ni tiene nada de poético, jamás. El coronel no tiene nada, ni siquiera alguien que le escriba, solo medallas de la guerra y neurosis de la tan joputa cotidianeidad. Y duerme en un sillón, sí, porque tiene miedo que la muerte le llegue con la cama destendida; porque está ahí siempre el insoportable hastío, que viene de la mano de la neurosis que, a veces, significa letargo y prisa, prisa del mundo, ese mundo de hoy que embadurna tanto. Ese mundo de hoy que no se entiende y uno puede morirse por no entender.
El coronel duerme en el sofá porque no entiende el mundo de hoy, y tiene miedo de que le llegue la muerte con la cama destendida.
Tiene miedo de morirse por no entender el mundo de hoy con la cama destendida.

ESTEBAN YÉPEZ PASQUEL