sábado, 15 de enero de 2011

Corazón Descalzo

De corazón descalzo, de mirada perdida. ¿Sería la oscuridad que reflejaba la luz de la luna en las ojeras que descansan bajo sus ojos, o el humo de cigarrillo que se deslizaba densamente y a la vez tan suave entre sus labios ese pequeño detalle, esa marca a manera de cicatriz que todos llevamos?
En las calles vacías, no es muy extraño sentir, que los pasos retumban más alto que las voces. Y en varias de las ocasiones, es más seguro gritar que mantener el silencio al caminar, aún cuando desconozcamos las palabras con las que deseamos maldecir al mundo esta vez.
Caminar, fumar, respirar, sencillo y a la vez tan complejo. Dicen que todos los caminos llevan a algún lado, y a veces parece que es más sencillo seguir la dirección de una misma calle hasta que el Destino le encuentre a uno y no al revés.
Despacio, mira hacia adelante, sobre la acera iluminada con faroles recae un camino. Viejo camino, que sin embargo, para sus pies se siente tan extraño. Un pie frente a otro, luego repite el proceso, y así poco a poco uno se acuerda de cómo caminar. Muchos dicen que caminar es una de esas cosas que no se olvidan, pero es otra de tantas mentiras del mundo.
En fin, hacia adelante, usualmente es la mejor dirección. Quién sabe que habría dentro de la mente de un hombre al caminar, uno diría que muchas cosas, y sin embargo a veces es casi imposible imaginar algo que se asemejase a la realidad cuando un hombre va caminando con el bolsillo vacío y el alma desnuda mostrando la llaga aún carnosa goteando sangre roja. Y sin embargo camina.
Se detiene un segundo, respira profundo.
-Es sólo un camino más.- se dice a sí mismo con impaciencia de no creerse sus propias palabras.
-Es sólo un camino más.- lo repite una y mil veces dentro de su mente al caminar. Como tratando de convencerse y al mismo tiempo comprender ese desaire que le gritan los muros a sus lados mientras camina.
-Esta calle no es el mundo ni esta vereda una vida, es sólo un camino más. Y si lo aprovechas, incluso puede que una u otra farola evite que tropieces con las grietas.
Las calles pueden ser lugares extraños, conozco muchas que esconden detrás de sus frías miradas indiferentes una que otra historia para conmover hasta el más helado corazón.
El resonar de sus zapatos, coordinado con el latir del corazón, retumbando con ese eco que te sacude la cabeza de vez en cuando, de esos que se sienten más que escucharse.
No es nada extraño encontrarte por la calle un perro sarnoso y hambriento, que asustado se esconda y huya de la figura humana en signo de desconfianza y temor. Se detuvo frente al can, y extendiendo su mano se agacho despacio hasta recaer sobre sus rodillas, lo miró a los ojos, tan oscuros. Y acercó su mano a su pelaje mojado y sucio. El animal no paraba de temblar en su terror casi fóbico a la presencia de aquella figura intentando hacer contacto con el. Y sin embargo mientras el lo acariciaba éste disimuladamente se acercaba más y más al extraño que se acercaba sólo para darle un poco de consuelo y tal vez uno o dos momentos de compañía. Ese perro callejero solitario que todos vemos por ahí doliendo por dentro, sin rumbo intentando encontrar un lugar en donde poder descansar, ese pequeño pedacito de mundo al que poder llamar hogar. Sin embargo, a los perros solitarios no les suele parecer muy grata la idea de volver a estar sólos. Así que el hombre se levanta después de un largo tiempo del lado del animal, y continúa su camino, más sin embargo al mamífero le toman varias horas, otros cuantos momentos y uno que otro respiro para entender que esa compañía aunque grata sólo era momentánea. Se sienta en la vereda, se acuesta con la cabeza sobre sus patas delanteras, la cola escondida y la soledad brillando en su mirar.
"Hay cosas que uno no entiende sobre la vida,-susurra en su mente mientras camina.- como aquellos seres errantes que nos encontramos por ahí, aquellos que se sienten parte de nada, y de nada llenan sus lágrimas al llorar. Son seres extraños, los perros callejeros."
La calle está llena de soledad se da cuenta de repente el hombre, y decide buscar compañía, urga cuidadosamente los bolsillos de su abrigo, de su chaqueta, de su pantalón, una y otra vez, hasta que encuentra lo que busca; saca una pequeña cajita de uno de los bolsillos, la abre y de ella saca un cigarrillo lo toma entre sus dedos y se lo lleva a la boca lentamente, guarda la cajita como pretendiendo ponerla en un lugar que sea más fácil de recordar la próxima vez, y repite el proceso, ésta vez saca un encendedor y prende fuego a su amigo.
Hay sonidos que son fáciles de escuchar, como la risa de los niños, el estruendo de un arma siendo disparada, los gritos de la desesperacion de una madre que acaba de perder a su hijo; y sin embargo hay otros casi imperceptibles, esos a los que hay que ponerles mucha atención para poder descifrar sus secretos, como el silencio de un poeta, el último suspiro de Cristo Jesús o el sollozo de un pobre ser humano tan sumido en su pena que deja que el mundo se vaya dejándolo atrás, sentado, de pie, acostado o como sea, pero que lo deje donde está. Es difícil decidir si una persona en pena aceptaría lo poco que uno puede ofrecer o simplemente prefiere no ser ofrecida condolencias.
Las veredas son confusas, no son como las calles, pues en ellas no hay direcciones preestablecidas, la gente puede caminar en ellas cómo a ellos les plazca y en la dirección que le venga en gana. Y es así como resulta particularmente fácil, encontrarse de tanto en tanto con uno que otro individuo andando por la misma vereda que uno.
El humo, tan dulce como siempre, siendo inhalado y exhalado transportaba su mente a algún otro lugar para todos desconocido aún y aún así, ni si quiera éste vicio tan malvado y posesivo pudo evitar que la concentración de este hombre se fuera corriendo en fuga hacía aquella anciana que caminando en dirección opuesta, se dirigía gris, con la cabeza baja y una sombra sobre sí, como si la persiguiese una tormenta de pesadumbre, una nube que sólo llueve sobre sí. La miró, ella levantó la cabeza, con lágrimas inundando su mirada, la miro largamente, con sus ojos llenos de compación pues desconocia completamente cuál era el origen de su pena, y de todas formas se encontraba a sí mismo completamente falto de la necesidad de saberlas. Y sin embargo sentía compación por aquel ser. La miró, nada más, sólo la miro, con un beso para su frente dibujado en sus pupilas. Cuando de repente, sin saberlo, una sonrisa se esbozó en el rostro de la pobre anciana, y sin más cayó en cuenta él de la que se habñia dibujado sin querer en el suyo. La anciana desvió la mirada, bajó la cabeza y siguió andando, pero ya no se escuchaban sus sollozos, aunque no se podría asegurar que no siguió con su llanto.
Él tomó otra pitada de su tabaco, botó el humo y siguió caminando.
-Es sólo un camino más.- se dijo y siguió.

Dr.Strange

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